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Mi Testimonio: Yo soy hijo de Aztlán

By Alejandro Sánchez

Ésto no es un corrido, ni un mito ni leyenda, sólo es el relato de un hombre como cualquiera. Es del joven llamado Alejandro Sánchez, que suda y ama como ustedes y sangra aunque no quiera. Pero Alejandro hoy no sangra y los árboles se murmuran entre sí, mientras el viento, sus mensajes le mandan y el sol no sonríe, porque las nubes grises abarcan su espacio sin dejarlo salir, y el tiempo, pierde la cuenta, ya que es viejo y no le importa quién se muera.

Hoy Alejandro en lo siguiente piensa: Nadie ya morirá ni nadie ya sangrará, por las llagas que nos hacemos a nosotros mismos por no preocuparnos por los demás . . . Pues, hoy es el día en que yo recuerdo y reconozco a mis hermanos y hermanas. Hoy sé quiénes son. No ellos quien en mi vida han faltado, sino ellos a quien yo les he fallado. Mis hermanos y hermanas son mis antepasados. Aunque ellos se encontraron entre mis tierras, aunque ellos habitaban ambos lados de un río, aunque ellos se comunicaban usando mi lengua . . . por un tiempo, yo los había perdido.  No tenerlos era no tener el corazón ni en el pecho ni en la mente.

Por eso les agradezco a mis padres; hijo e hija de dos culturas, casados por un pacto con poder celestial. Por ellos, un amanecer oscuro marcó el comienzo de mi vida, en el cual, recibí la luz de mis padres cuando ellos apagaron su fuego encendiendo el mío. Aún más, le agradezco a mis tres razas cada mañana, mientras observo mi reflexión en el agua y me pregunto si recuerdo . . . si recuerdo más que mis raíces. Esas venas corriendo de entre mi cuerpo, cargando así el patrimonio de mis naciones e historia de todo el mundo y no sólo de mi . . . familia, que es del tamaño de una hormiga en la colonia que forman nuestras vidas. Perdónenme, mis ancestros porque ahora les he faltado al respeto, puesto que, ustedes en sus tiempos han levantado más que un simple imperio. Han levantado culturas, modos de vida, civilizaciones que a sus dioses los necesitan.

Contaré la historia de mi madre, la conquistadora. Contaré la historia de mi padre, el indio; quien del río Bravo es nativo. Contaré la historia de mis hermanos y hermanas, hijos de Aztlán y dueños con derechos, por ser raza sagrada que nunca se raja. Comenzaré y le rezo a mi Dios que no les falle.

Fue en una colina, más alta que nuestra propia vista, donde observando a los españoles, mi madre la conquistadora, esperaba dar partida. No sabiendo que esperar del nuevo mundo, ella el mar navegó hasta llegar a tierra firme donde allí ella sufrió. A toda su familia en la antigua España dejó, ella a su madre perdió por no creerle que buscaba algo mejor . . . y sola ella se quedó. Ni con la compañía de su hermano se mudó, ya que éste la traicionó, esperando apropiarse de nuestro oro y alejarse de la honra de ser llamado Aguirre y su nombre dar amor. Sufrió y sufrirá abandonada, mientras ella algún amor buscaba. Amor, cual sus heridas sanara y mi vida eterna se introdujera a este mundo sin penas, sin que mi madre temiera. Pero sigue siendo madre conquistadora con sangre española y enseñada a seguir a Cortés, quien actúa como un Quijote, pero por dentro es un pobre gitano que anda y anda vagando.

Pero ayer se acabó la conquista. ¿Conquistar a uno nunca se le quita al conquistador o el conquistador quita al que nunca fue conquistado? Mi madre nunca intentaría convertirme en lo que ella desearía. Ella, como mi padre, me ama y sólo reza lo mejor por mí. Ni a mi padre indio, lo convirtió; sólo en el amor lo conquistó. Es a mi padre indio, que le debo todo la belleza nativa que me mostró en cada una de sus lecturas, en cada una de nuestras noches bajo la luna y en cada platica donde le lloro y él me escucha. En su tribu lo reconocen sin que le den el respeto ajeno a su derecho y merece más de ellos, merece que honren su grande esfuerzo. Me dice cada noche mientras duermo, -El más valiente no es el que tiene menos miedo, sino el que actúa y pelea sin importarle lo que más tema-. Éste es su gran legado y me orgullece ser hijo de un hombre tan sabio, que hasta podría ser llamado Sócrates, pero por marca de nuestra conquista se llama Sánchez, nombre que cargamos y no manchamos.

Tengo nombre Español como los demás de mis hermanos y hermanas, quienes se llaman Hernández, González, Rodríguez, Ruíz y otros entre sí. Y somos mis hermanos y hermanas, una nueva raza, la cual, sólo está en una transición a algo mejor. Pues nosotros tenemos a nuestra madre conquistadora. Pues nosotros tenemos a nuestro padre; el indio nativo del río Bravo, pero todos nosotros: mis hermanos y hermanas, somos los hijos de Aztlán y vivimos en su corazón; el Río Grande que nos pertenece por tradición. No somos dioses ni somos mortales, somos la fuerza de nuestros familiares. Nuestros indios o conquistadores, ellos están en nuestra sangre y son más que recordables.

             Ellos son nuestras comunidades. Ellos son Aztlán.

                        Mis Hermanos y hermanas. Ellos son Aztlán.

                                   Ustedes son Aztlán.

                                                Tú eres Aztlán.

                                                             Yo soy Aztlán.”

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